Sábado, 8 de la mañana. La referencia es un Renault azul con las luces intermitentes encendidas. El nombre del conductor es Juan. Y el del soldado en el que se transformará dentro de un par de horas, Iron Man. En la maletera lleva las réplicas de una Colt 1911, un KAR 98 de la Segunda Guerra Mundial, un fusil MP5, un uniforme de soldado y cientos de municiones: bolas de PVC.

Iron Man se dirige hacia Arges, un pueblo a escasos kilómetros de Toledo. Todos los olivos que pueblan el paisaje de Arges parecen iguales, pero Iron Man sabe que a la altura de uno en particular, señalado con una cruz negra en el tronco, tiene que girar hacia la derecha y seguir por un camino de tierra que conduce al campo de juego, es decir, al terreno de combate.

Empiezan a llegar hombres mayores de 18 años con distintas profesiones: electricistas, comerciantes, guardias de seguridad, informáticos, ingenieros, estudiantes, carpinteros, visitadores médicos o inspectores de calidad. Doblan su atuendo dominguero y desdoblan sus uniformes. De pronto se transforman en soldados, comandantes, cuerpos de élite, agentes de las fuerzas especiales o francotiradores. Mientras tanto, el resto de los participantes desenfunda sus armas, o mejor dicho, sus réplicas. Las palabras armas y armamento han sido descatalogadas del vocabulario de los participantes. Prohibido aludir a una guerra de verdad. Esto es un juego en toda regla, aunque no del todo regulado.

Tuning bélico

Los rifles de asalto creados por el ruso Kalashnikov son las réplicas más usadas. Un ciudadano de a pie no sabría distinguir una réplica de un arma de verdad. Físicamente son idénticas. La diferencia es que una mata, la otra hace cosquillas. Una dispara balas. La otra, bolas de PVC de 6mm de diámetro.

“Mi abuela dice que si no prefiero la bici”. Miguel, malagueño, 27 años, de profesión informático, porta una AKSU-74. “Aquí buscamos lo más parecido a la realidad. Cada uno interpreta un personaje. Es como el tuning, pero con tu propio cuerpo”. Los jugadores invierten mucho dinero en accesorios y se tardan un rato en acicalarse y ponerse a punto. Porque no sólo se trata de adquirir una chaqueta y un pantalón verde militar en un mercadillo. Tanto como la buena puntería, en el Airsfot importan los accesorios, es decir, las cantimploras que no llevan agua, los cuchillos de plástico, el supuesto chaleco antibalas, el cinturón, la capucha, las granadas sin explosivos, el radiotransmisor y, lo único realmente imprescindible para jugar además de la réplica, las gafas protectoras. Como en un concurso de disfraces, gana en signos de exclamación quien tiene el uniforme más completo o el adminículo más curioso. Por supuesto, también el que desempeña el comportamiento más guerrero.

El combate

La primera fase del juego se llama “mata-mata”, o todos contra todos. Esta primera instancia es desordenada y parece que sirviera sólo para liberar adrenalina, calentar el dedo índice (el del gatillo) y probar el estado y precisión de las réplicas. Después de rodar, inmolarse, camuflarse y disparar al aire o al enemigo con PVC, los jugadores vuelven al estacionamiento, a fumar un pitillo, revisar sus mensajes en el celular, consumir bebidas isotónicas y comentar la precisión de sus juguetes, casi todos importados de Hong Kong.

Luego viene lo bueno. La fase táctica del juego. El guión de hoy ha sido preparado por Stefan, mejor conocido en el campo de juego como Shogun. El guión de la batalla de hoy se basa en la película “Cuando éramos soldados”, protagonizada por Mel Gibson. A la cuenta de diez los integrantes del equipo rojo se dividen en tres grupos, unos toman la delantera, otros se encargan de cumplir el objetivo (rescatar una bandera), y el resto cuida la base.

Entre los matorrales, Shaka, mecánico de autos y estudiante de técnica aeronáutica, otea el horizonte. Porta la réplica de un fusil de asalto P90. “El ojo humano reacciona al movimiento. Si te quedas quieto, no te ven”, explica, sin parpadear. Rommel levanta la cabeza para medir con la vista la distancia hasta el siguiente árbol. ”El terreno está plagado”, murmura. Corre, resbala, le dan en la pierna. “Estoy muerto”, grita. Y sale caminando, cabizbajo, del terreno de juego.

Uno de los supervivientes a la emboscada del equipo rojo explica la importancia del honor en el juego. “Si sientes que te dan, tienes que retirarte. Si no lo haces es porque te crees inmortal, y eso está muy mal visto”. Los “muertos” limpian y guardan sus armas, doblan sus uniformes y ya vestidos de civiles se dirigen hacia algún bar de Arges, donde según cuentan, terminan y vuelven a empezar todas sus batallas.


Foto: Manuel Vásquez