La misteriosa historia del cráneo de Goya
¿Quién robó el cráneo de Goya y para qué? Mucho se ha especulado sobre el posible cazador de recuerdos. O de cráneos, en este caso. Las hipótesis más curiosas en torno a la desaparición y destino de la cabeza de Goya involucran a un pintor, a un perro, a un doctor y a una duquesa.
Hacia mediados del siglo XIX el pintor asturiano Dionisio Fierros pintó una calavera que llevaba la siguiente inscripción: “El cráneo de Goya pintado por Fierros en 1849”. Goya llevaba más de 20 años enterrado (y con la cabeza puesta) en el cementerio de Chartreuse, en Burdeos. En 1888 sus restos fueron exhumados por primera vez. Al desenterrar el féretro y abrirlo no había rastros del cráneo. Se intercambiaron urgentes telegramas entre el cónsul en Burdeos y el Gobierno español. El primero, sorprendido, escribió: “Esqueleto Goya no tiene cráneo”. Quien recibió el telegrama contestó: “Envíe Goya con cráneo o sin él”.
En ese entonces las investigaciones no se resolvían como en los episodios de 40 minutos sobre crímenes y médicos forenses. Tuvieron que pasar 50 años para que una biógrafa de Goya, Antonina Vallentin, diera con la viuda y el nieto de Fierros. Ambos le dijeron que sí, que en el taller de Fierros había un cráneo y que, probablemente, perteneció a Goya. El cráneo, decían, pudo caer en manos de un hijo de Fierros, que en 1911 cursaba la carrera de Medicina en la Universidad de Salamanca. La ficción ha contribuido a completar la historia: el estudiante de medicina quería experimentar el alcance de la fuerza expansiva de los gases introduciendo garbanzos en remojo en el supuesto cráneo de Goya. El cráneo se fragmentó y el sobrino, al no saber qué hacer con los restos, decidió dárselos de merienda a un perro.
La otra teoría tiene como personaje principal a un doctor, a quien Goya pudo autorizar para que le cortara la cabeza al morir con el fin de que realizara los estudios frenológicos correspondientes, tan en boga en aquella época. Tiene sentido. El cerebro de Albert Einstein se conserva en el Departamento de Anatomía de la Universidad de Kansas y cada tanto nos recuerdan alguna particularidad morfológica que nos hace sentir simios a su lado. El de Goya podría estar en algún lugar parecido, siendo objeto de estudio.
La tercera teoría es más romántica. Supuestamente, Goya le pidió a sus albaceas que, tras su muerte, le cortaran la cabeza y la enterraran en Madrid, junto al pie derecho de la duquesa de Alba, de quien estuvo enamorado buena parte de su vida. Ella, en teoría, posó para él (desnuda y vestida).
Una vez repatriado, el cuerpo de Goya se enterró en la madrileña sacramental de San Isidro para luego ser trasladado a la ermita de San Antonio de la Florida. Aquí, Goya, que era vecino del barrio, pintó una escena teatral donde se narra el preciso instante en que San Antonio obra el milagro de la resurrección. Es un fresco maravilloso, poco frecuentado, una de las obras menos conocidas de Goya. Aquí, también, se puede visitar la tumba del pintor más célebre de España. Y célebre no precisamente por haber perdido la cabeza.