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Monumento a la abuela (rockera)

Publicado: 2013-04-19

Ángeles Rodríguez Hidalgo (1900-1993) empezó a frecuentar los bares cuando tenía ochenta años. Le gustaba el rock duro. En el Madrid de aquella época sonaban grupos como Asfalto, Sobredosis, Leño, Ñu, Rosendo y Miguel Ríos, y ella no se perdía un solo concierto. Siempre iba vestida de cuero negro.

Su vitalidad y energía la convirtieron en un símbolo de las noches rockeras. Llegó a tener una columna en la revista Heavy Rock que se llamaba “Abuela consulta”, donde resolvía dudas y curiosidades del género que mejor dominaba, que no era precisamente el macramé o la pastelería. Se sabe poco de su vida, que nació en Argentina, que celebraba la juventud y la música y que solía subir al escenario para presentar a sus grupos preferidos. El momento cumbre de su popularidad llegó cuando el grupo Panzer eligió una foto suya como portada del disco Toca madera. En la portada aparece haciendo los cuernos con la mano. Es con este gesto que, cinco años después de morir, sus amigos quisieron inmortalizarla con un busto de bronce. Los grupos y cantantes amigos ofrecieron un concierto multitudinario en la sala Canciller y, con los fondos recolectados, mandaron a hacer la escultura que hoy puede verse en una alameda de Vallecas.

Lamentablemente, el gesto de hacer los cuernos con la mano fue mal interpretado: los vecinos del barrio lo emparentaron con el diablo y decidieron cercenarle los dedos índice y meñique. Ahora, la escultura en honor a Ángeles luce un puño levantado, un gesto no menos combativo.

No todos han tenido una abuela rockera aunque siempre, en las conversaciones de barra, se escuchan historias de abuelas que huyeron de la guerra, que hablaban otros idiomas, que cocinaban platos que marcaron infancias o que tenían aficiones extrañas, como memorizar todas las palabras del diccionario. Las abuelas son las que consienten, las que malcrían, las que regalan más chocolates de los permitidos. Ellas pertenecieron a un mundo que ya no existe, un mundo que tal vez consideramos obsoleto porque se vivía de una manera que hoy nos resultaría demasiado quieta y contemplativa. Pero, en ese mundo, las abuelas hacían cosas que nosotros no nos atreveríamos a hacer, cosas que causan admiración, sorpresa o respeto. Por ejemplo, mi abuela Lola parió 11 hijos y, en sus ratos libres, creó recetas, pintó cuadros y tejió mantas que la han sobrevivido. Mi otra abuela, Trinidad, sólo parió un hijo (mi padre), pero realizó otro tipo de proeza: bailar en pijama sobre un piano de cola. Ellas, aunque nunca vistieron de cuero negro, también merecen un monumento.


Escrito por

Verónica Ramírez Muro

Periodista. Vive en Madrid. La mayor parte del tiempo piensa en comer. El resto, en encontrar historias como las que leerá en esta página.


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