#ElPerúQueQueremos

El amigo peluquero de Picasso

Publicado: 2013-04-12

Picasso, como Sansón, guardaba un secreto en el pelo. Tenía miedo que quien poseyera sus cabellos pudiera ejercer algún poder sobre él. Sólo sus mujeres, que fueron varias, podían cortárselo, pero las mechas que caían al suelo debían envolverse en papel de seda o guardarse en una caja. Lo mismo pensaba de sus uñas. Y de sus camisas y pantalones viejos, que debían ser quemados o entregados a los más necesitados.

El artista capaz de comprar una mansión con un dibujo tuvo muchos amigos. Por citar algunos: Sartre, Simone de Beauvoir, Camus, Apollinaire o Cocteau. De hecho, las personas (amigos, conocidos, cortesanos, admiradores o cazadores de autógrafos) hacían cola en la puerta de su casa en París para charlar con él aunque sea cinco minutos. Harto de su fama y de tantas audiencias, un día se fue a vivir al sur de Francia, a Vallauris, donde conoció a quien se convertiría en su amigo íntimo, alguien con quien dejaría de sentirse vulnerable frente a la posibilidad de un hechizo: Eugenio Arias, el barbero y peluquero español.

No hay registro del día que Picasso se dejó cortar el pelo sin sentir que podía ser víctima de un maleficio. Quizás primero se dejó afeitar la barba. Es probable que lo de cortar el pelo viniera después, cuando comprobó que un exiliado, comunista y español como él no podría traicionarlo, sobre todo si también le gustaban los toros. ¿Cómo se ganó su confianza? ¿Cuántos rasgos en común tienes que tener con alguien para que lo consideres tu amigo?

“Arias, ven siempre que quieras. Cuando tú vienes me parece estar en España”, decía Picasso. Y Arias, que no entendía mucho de arte ni de fama, le demostraba su afecto con las torrijas que Simona, su mujer, le preparaba, con los chistes que le contaba, con la delicadeza con que podaba su pelo. A veces, también, con una botella de coñac o de jerez.

Durante la guerra, cortar el pelo de los hombres era muy importante y, cuando participó en la Guerra Civil, Arias fue el peluquero de un batallón. Había que dar una imagen positiva: la imagen del soldado sano y fuerte, la imagen del soldado que no conoce el miedo aunque se encuentre en una posición desfavorable. Un Arias en la adversidad (recibió un balazo en la pierna durante una batalla) desarrolló la ética del peluquero eficiente y discreto (“Un peluquero tiene que escuchar y callar”) y del profesional que sabe asumir retos (“Es mucho más difícil cortarle el pelo a una persona calva. Hay que buscar primero los pocos pelos”).

“Le quito las horquillas a un cliente y cierro”. Arias era el único ser en el mundo que hacía esperar a Picasso, cuando este lo pasaba a recoger para ir a la plaza de toros. Aún teniendo casi la mitad de sus años, Arias se convirtió en su confidente, en su amigo más cercano, en una especie de cable a tierra, alguien que jamás lo adulaba, que más bien lo protegía y cuidaba de las intrigas. Poco a poco, Arias fue ocupando más espacio en su vida. Llegó un punto en que para entrevistarse con Picasso primero había que contar con la venia de Arias, quien visitaba a su amigo al menos dos veces a la semana en el Dauphine azul que le regaló para que no tuviera que ir caminando a cortarle el pelo.

Arias, hijo de un sastre y una pastora de ovejas, jamás le cobró un corte de pelo a su amigo. Picasso, en agradecimiento, le regaló dibujos, carteles firmados, litografías o libros de arte a los que añadía pequeños dibujos, piezas de cerámica y un cofrecillo de madera adornado con escenas taurinas.

Todas estas piezas pueden verse en el Museo Picasso de Buitrago – Colección Eugenio Arias. Este pequeño museo ubicado en Buitrago del Lozoya, el pueblo con un recinto amurallado a 70 kilómetros de Madrid donde nació Arias, cuenta con una colección de piezas que pudieron hacer rico a su dueño si hubiera aceptado ese cheque en blanco que le extendió un millonario japonés. Pero no, una amistad de 26 años no se vende. En cambio, se construye un museo sentimental donde conservar el afecto y los recuerdos.

Picasso murió a los 92 años de un fallo cardiorrespiratorio. Jacqueline, su última mujer, y Eugenio Arias cubrieron su cuerpo con una capa española. “Cerré entonces la puerta de su habitación y no dejé entrar a nadie más”. Fuera, la policía custodiaba el cuerpo del artista que un crítico definió como “ese hombre más famoso que Buda o la virgen María”. Para el mundo moría un mito. Para Arias, su mejor amigo.


Escrito por

Verónica Ramírez Muro

Periodista. Vive en Madrid. La mayor parte del tiempo piensa en comer. El resto, en encontrar historias como las que leerá en esta página.


Publicado en