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La catedral de un solo hombre

Publicado: 2013-04-02

Desde hace cincuenta años un hombre construye una iglesia con sus propias manos

Justo Gallego no es albañil ni arquitecto. Es un hijo de labradores que fue expulsado del seminario por contraer la tuberculosis, un octogenario piadoso que, en recuerdo de su devota madre y en honor a la Virgen del Pilar, invirtió una herencia familiar en una empresa tan monumental como delirante: construir una catedral sin permisos municipales, sin supervisión técnica y sin el reconocimiento de ninguna autoridad eclesiástica. Justo orientó “su” catedral lo más que pudo hacia Jerusalén e inició la obra a partir de unos planos que jamás trazó pero que guarda celosamente en su cabeza.

Este edificio se encuentra, fruto de una rara coincidencia, en la Calle del Arquitecto Antonio Gaudí, en Mejorada del Campo, a 20 kilómetros de Madrid. Ocupa un terreno de casi 5,000 metros cuadrados valorado en más de un millón de euros y tiene una cúpula de 11 metros de diámetro inspirada en la Basílica de San Pedro. A sus 88 años, Justo trepa los andamios como un gato y camina por los techos de la catedral. Es un hombre ligero y pequeño, quien lo viera en otro contexto jamás podría adivinar que un hombre de apariencia tan frágil sería capaz de construir una catedral con sus propias manos.

Autodidacta, Justo se siente más del románico que del gótico y prefiere los círculos antes que las formas alargadas. A partir de esta premisa simple y de las fotos que recorta de libros y revistas o de los libros sobre castillos y catedrales que consulta, Justo Gallego ha construido un edificio con materiales de todo tipo: una rueda de bicicleta que le sirve de polea, productos químicos para encofrar las columnas o neumáticos de camiones para los arcos. La catedral no será un Premio Pritzker pero tiene el encanto de las cosas inacabadas. Es, en realidad, un ente vivo cuyas formas evolucionan con el paso del tiempo gracias a la ayuda de vecinos, familiares, amigos y simpatizantes.

Justo y su catedral han protagonizado la campaña publicitaria de una bebida isotónica, han formado parte de una exposición en el MoMA y centenares de personas le han dedicado vídeos, fotos, cortometrajes, incluso reseñas en libros de arquitectura. Similar fascinación despertó otro arquitecto sin carrera. En abril de 1879, el cartero francés Ferdinand Cheval empezó a recolectar las piedras con las que tropezaba. 33 años después terminó de construir su Palacio Ideal, un edificio que reúne todos los estilos posibles. Durante 50 años fue considerada la obra de un loco hasta que André Malraux, en calidad de ministro de Cultura, lo nombró Patrimonio Cultural. Menos famosa y monumental, en Lima también tenemos nuestra pieza de arquitectura insólita: el Castillo Melgar de Punta Negra. En la mente de todo niño que surcó la Panamericana Sur siempre existió un fantasma, una bruja o un loco arrastrando cadenas en esta construcción disparatada, obra del abogado, coleccionista y dirigente aprista Carlos Alberto Melgar. Es una lástima que se encuentre en ese estado ruinoso aunque, de todas formas, sigue alimentando fantasías.

En distinta medida, Justo, el cartero francés y Melgar proyectaron edificios en apariencia imposibles, guiados únicamente por la intuición y por el simple placer de hacerlas. En otras palabras, dedicaron su vida a la construcción de una obra extraordinaria que nadie les encargó.

Fotografía: Manuel Vázquez

www.manuelv.net


Escrito por

Verónica Ramírez Muro

Periodista. Vive en Madrid. La mayor parte del tiempo piensa en comer. El resto, en encontrar historias como las que leerá en esta página.


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