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Chicha power

Publicado: 2013-03-25

La fosforescente vida de Elliot Tupac, diseñador, artista y tipógrafo que se inspira en los bordados Wanka para crear sus carteles.

Aspirar a la trascendencia es natural. Elliot Urcuhuaranga nació hace 34 años. El nombre lo eligió su padre, Don Fortunato, porque quería que su hijo se llamara como alguien importante. En este caso, como el poeta, dramaturgo y crítico T.S. Eliot. A otro de sus hijos le puso Edison, como el inventor, y a un tercero Elvis. Quería que todos sus hijos, que en total son 8, llegaran lejos, mucho más lejos que él. Por lo pronto, Elliot ha recorrido toda Sudamérica con sus carteles de inspiración chicha. También ha diseñado la cubierta de la revista inglesa Creative Review, la cartelería del último Mistura y ahora prepara el anuario del festival chileno Lollapalooza.

Al principio, Don Fortunato, presidente regional de los artesanos de Huancayo, no quería que su hijo fuera artista porque preveía un camino pedregoso. Quería que Elliot fuera abogado porque los artistas, él pensaba, llevaban el pelo largo y vendían cuadritos por la calle. “Me mandó lejos y me puso la cruz”, recuerda Elliot.

Para entender los carteles que hace Elliot Tupac habría que remontarse a los años noventa, a un pequeño taller de serigrafías en Huachipa. Don Fortunato diseñaba e imprimía los carteles fosforescentes, de letras sólidas y horror al vacío, que anunciaban las fiestas de Vico Karicia, Chacalón o Los Shapis. Elliot ayudaba a Don Fortunato en el taller, le gustaba pero también le gustaban los coleccionables y las revistas de arte que compraba por un sol en la avenida Grau o el pasaje Quilca. Admiraba a Miguel Ángel, a Leonardo Da Vinci. Quería ser pintor, pero no de brocha gorda, quería dibujar cuerpos y pintar como los renacentistas.

Don Fortunato no tenía título universitario pero, a raíz de un juicio por un terreno heredado, tuvo que aprenderse el Código Civil, tuvo que pelear por sus tierras, siempre inspirado en los antiguos pobladores del Valle del Mantaro, los Wancas., los indomables y rebeldes guerreros cuyas aventuras protagonizaban las sobremesas de los Urcuhuranga.

Elliot ingresó a la Universidad San Martín y eligió la carrera de Comunicaciones. Iba a las clases con cuatro hojas bond dobladas en el bolsillo. Jamás un jalado (“Todo en azulito, todo chévere”.), pero no quería ser fotógrafo, no quería ser periodista, no quería ir a una oficina, seguir una línea editorial impuesta o hacer lo que le dijeran. Quería ser como los Wankas, un inconquistable.

Cuando decía “yo trabajo haciendo carteles chicha” sus amigos en la universidad se burlaban. Era un trabajo mal visto, una estética que rayaba la córnea, pero a Elliot no le importaba mucho. Quería hacer algo por el cartel, sacarlo del mundo chicha, trasladarlo a un lugar donde le dieran un valor artístico, que saliera en las portadas de las revistas, que se expusieran en las galerías y en los museos, como los cuadros que de niño admiraba.

Mientras tanto, Don Fortunato, que siempre fue un gran caminante, le hablaba del Valle del Mantaro, el valle más hermoso del mundo (“Y es cierto, lo es”.). Animaba a su hijo a que lo acompañase al programa de radio en el que trabajaba de locutor. “Me decía que por lo menos dijera la hora, pero me insistía tanto que me generaba rechazo”.

Urcuhuaranga Publicidad se convirtió, gracias a Elliot, en Viusa Producciones, un nombre más marketero que pretendía seguir trabajando con la cartelería chicha pero que intentaría abrirse paso en otros mercados. “Mi papá no quería, pero luego atracó. Queríamos vincular los carteles más al tema publicitario y nos dividimos el trabajo. Mi hermano estaría en el área de producción, mi padre sería el relacionista público y yo me encargaría de la parte creativa. Yo buscaba una visibilidad diferente para el cartel, que sirviera para algo más que anunciar un evento, que se convirtiera en un elemento cotidiano de la urbe”.

Dejó la universidad. Don Fortunato le dijo que estaba loco. Elliot se encerró a diseñar carteles que luego pegaba en la Carretera Central. Un día, la artista visual Susana Torres volvía a Lima de su casa en Chaclacayo y notó algo diferente en ese cartel, una sutileza, un trazo más libre. Se bajó del auto y apuntó un nombre: Viusa Producciones. Su primer trabajo fue el diseño de un cartel para el evento pro gay “Suéltate la trenza”, en 2003. Luego llegaron otros trabajos para un anuncio publicitario de cerveza Cristal y varias colaboraciones con Torres, que fue directora artística de las películas Madeinusa y La teta asustada, de Claudia Llosa. Elliot también realizó la gráfica y murales para la película Las malas intenciones, de Rosario García Montero y Dioses, de Josué Méndez.

Sentía que hacía ”cosas bonitas”, que el diseño de sus carteles era diferente, inspirado en los bordados artesanales huancaínos y en el uso que hacen del color, de los degradés y matizados, pero no tenía claro el potencial de la tipografía. De hecho, ni siquiera sabía el significado de las palabras “tipografía” o “lettering” (composición tipográfica hecha a mano). Lo suyo era rotular letras. Punto.

Un autodidacta Elliot empezó a pulir su técnica. Primero en computadora y luego a mano alzada, procurando siempre mejorar la composición, el volumen, el peso de las fuentes. Quería que todo fuera pulcro, perfecto, que sus graffitis parecieran stickers pegados en la pared. En los últimos años ha pintado muchos murales, casi siempre complementadas con dibujos de graffiteros como Decertor: en una biblioteca escolar de Pamplona (“Yo soy libre, mañana también”), en Cerro de Pasco (“Tu indiferencia también contamina”) o bajo el puente Pio Nono en Santiago de Chile (“Equilibrio”).

Un día llegó una invitación de la Universidad Mayor de Santiago de Chile para exponer y realizar un taller . (“Te trataremos como a un rockstar”). Dio una conferencia en un auditorio de mil personas escuchando la historia del cartel chicha, el proceso de transformación que había vivido. Preparó un Power Point, pidió un café, una cerveza, algo para amansar los nervios pero no hizo falta. Le brotó el gran orador que es Don Fortunato.

Después vino la invitación a TRImarchi, en Mar del Plata, una de las convenciones de diseño gráfico más importantes de Latinoamérica, también el diseño de carteles en Mistura, portadas de revistas, carteles por encargo y una exposición individual en la galería Pancho Fierro.

¿De qué hablaban sus carteles?, ¿por qué gustaban tanto? “Al principio hablaba de la peruanidad. Pintaba frases como “Cholo Soy”, “Cómo será no ser peruano” o “Lima no es el Perú”. Reivindicaba lo nacional. Luego me fui replanteando las cosas y empecé a usar términos más genéricos como “Tu indiferencia también contamina”, “Antes soñaba”. Todos estos lemas plantean distintas situaciones.. En el caso de “Tu indiferencia…” me refería a la contaminación ambiental producto de la minería, pero podría aplicarse a cualquier otro contexto”.

Don Fortunato observaba. El hijo que en su momento fue considerado un rebelde por querer ser artista, que cambió el Urcuhuranga por Tupac, “por una onda revolucionaria en el mejor de los sentidos, para buscar un lugar aunque no por la fuerza sino por mérito propio” fue invitado por la galería Pancho Fierro para exponer su trabajo, en octubre de 2011. Era la oportunidad perfecta para hacer un balance, decir lo que pensaba sobre su hijo, sobre el proceso que había vivido la familia en la última década.. Viusa Producciones, además de sus habituales serigrafías chichas ahora se dedica a la impresión digital de gigantografías.

“Ahora está contento y el día de la muestra hizo un discurso que terminó opacándome. Conmovió a la gente. Habló sobre lo provinciano y lo emergente En ese sentido pensamos igual. Estamos haciendo cosas, indistintamente si venimos del norte, de la sierra o somos limeños. La gente que quiere salir adelante está trabajando, haciendo las cosas bien, de manera honesta y consciente. No se trata de ensalzar la imagen del provinciano que viene a la capital a sacarse la mugre por una situación mejor. Todo eso es relativo. Lo importante es trabajar”.

Por delante quedan los sueños por cumplir. En su caso, crear una corriente tipográfica y que se valore el trabajo de los jóvenes diseñadores y tipógrafos peruanos para que no se tenga que recurrir a diseñadores extranjeros. Puestos a soñar, todavía se puede llegar más lejos: que un día, así como se puede elegir entre Times New Roman, Arial o Cambria, también exista la fuente Elliot Tupac.

Publicado en la revista Arena.


Escrito por

Verónica Ramírez Muro

Periodista. Vive en Madrid. La mayor parte del tiempo piensa en comer. El resto, en encontrar historias como las que leerá en esta página.


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