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un ghanés pintando un ataúd

¿Qué forma tendrá tu ataúd?

Si en vida fuiste deportista, te enterrarán dentro de una zapatilla. En Ghana, los ataúdes guardan relación con la personalidad del fallecido y la muerte se celebra con funerales de 72 horas de duración.

Publicado: 2013-02-21

Eric tiene 23 años y está preparado para morir. Sabe que la muerte le puede ocurrir mientras compra una golosina o juega al fútbol. Morirse es fácil, lo difícil es mantenerse con vida. En los últimos cinco años han muerto dos de sus seis hermanos, tres primos, su abuelo y su madre. “No me asusta pensar qué habrá después, pero definitivamente no será peor que la vida. Yo quiero llegar al más allá de manera elegante. A mí que me entierren en un Mercedes Benz”.

Eric trabaja en Kane Kwei Carpentry Works, una de las muchas carpinterías especializadas en la fabricación de ataúdes a lo largo de la avenida Labadi, en Accra. Kane Kwei, el abuelo de Eric, fundó el negocio hace más de 50 años. De joven, Kwei trabajaba en una funeraria de Cape Coast que vendía féretros ordinarios, los que todos conocemos: las cajas de madera clásicas. Pero un día miró al cielo y recibió un mensaje divino: los ataúdes tendrían formas y estas formas guardarían relación con la personalidad del fallecido. La mente de Kwei disparaba imágenes de ataúdes con forma de lapicero, de manzana, de cigarro, de botella de Coca-Cola, de columna dórica, de gallina, de Pokémon. “Un visionario, un gran inventor”. Eric entrecierra los ojos al describir a su abuelo, que no se hizo millonario con el invento pero ganó el dinero necesario para darle de comer a sus tres esposas y 14 hijos.

un teléfono ataúd

Pero visionarios y grandes inventores son todos los carpinteros de Accra, la capital de Ghana, que alberga a casi cuatro millones de habitantes. La historia del mensaje divino se repite en las carpinterías vecinas. Todas son las pioneras, las auténticas, las mejores, y en todas venden esos ataúdes de colores con la forma de un tomate (si el fallecido era campesino), de cerveza (si era un borracho) o de celular Nokia (si le gustaba hablar por teléfono).

“Son muy cómodos por dentro. Yo alguna vez he dormido en un pájaro, aunque prefiero el Daihatsu”, dice Eric mientras acaricia el lomo de un tigre de madera. “Suave. Ni una astilla”.

Los precios de los ataúdes oscilan entre los 600 y los 1.000 dólares. “Lo importante es tener un funeral. Da igual si eres pobre o rico. Si la familia no puede hacerse cargo, que es lo que normalmente ocurre, siempre están los allegados que pagan un porcentaje del funeral de acuerdo al grado de parentesco”.

A los funerales asisten muchos invitados y todos contribuyen con algo de dinero, comida, música o bebida. Un funeral es la gran fiesta que nadie quiere perderse por una sencilla razón: si tú no vas a los funerales de los demás, nadie irá al tuyo.


VIERNES EN LA MORGUE

Como los funerales se suelen celebrar los fines de semana, los viernes son los días de recogida de cuerpos en la morgue del hospital Saint Martin de Porres, en Agomanya, y en todas las morgues del país. En el depósito de cadáveres trabajan dos personas. Dos personas gestionan una cámara frigorífica que contiene al menos 200 cuerpos a la espera de su última celebración.

Esta semana han muerto 34 personas: una de vejez y las otras de diferentes tipos de accidentes y enfermedades. Muchos han muerto por no llegar a tiempo al hospital. Matilda Oko es matrona y frecuente testigo de muertes evitables. “Mueren de malaria, tifoidea o hepatitis porque llegan al hospital cuando ya no hay nada que hacer. Desconfían de los doctores. Prefieren a los curanderos y sus tratamientos con hierbas y magia”.

Marla y Prince identifican a su hermana Evelyn, que murió de malaria a los 28 años. A la cuenta de tres la alzan sobre sus cabezas. Evelyn ha tenido que esperar tres semanas en la morgue para que su familia logre juntar el dinero suficiente para el funeral. El ataúd con forma de gallina (porque Evelyn era una buena madre) no es el único gasto. La comunidad tiene que hacerse trajes a medida, cocinar y comprar licor. Un funeral es un símbolo de prestigio y la casa tiene que tirarse por la ventana, aunque se endeuden durante un mes, un año o toda la vida. A diferencia de una muerte infantil, la muerte de un adulto, y en especial la de un jefe, se celebra como el fin de un milenio. Los velorios y entierros de los niños suelen ser más discretos pues se considera que su espíritu no llegó a pertenecer completamente al mundo terrenal.

Fuera de la morgue 30 personas visten camisetas que llevan impreso el rostro de Evelyn. El dolor por su perdida se baila y aplaude furiosamente, tocan los tambores, cantan y gritan. Marla y Prince detienen al primer taxi que pasa y discuten durante algunos minutos con el chofer, inseguro y desconfiado al ver el cuerpo de Evelyn, el cuerpo de Evelyn debidamente congelado, embolsado y envuelto en una manta. ¿Entrará o no en la parte trasera del auto? A la fuerza todo entra. También entran Marla y Prince, la madre de Evelyn, los huérfanos de cinco, siete y nueve años y el padre del primer hijo de Evelyn. El taxista arranca, acelera y el auto desaparece tras levantar todo el polvo del país al derrapar en la primera curva.


LA MUERTE DE UN JEFE

Nene Nagai Kassa murió hace seis meses. Tenía 87 años. Durante 16 años fue el jefe de una tribu en Agomeda: tomaba las decisiones con respecto al racionamiento del agua, se sabía prácticamente todas las capitales del mundo, tenía la casa más grande y mejor iluminada, bendecía, predecía el futuro, y amonestaba a los abusivos y a los ociosos. Nagai no cumplía un rol político pero su palabra era ley. Más que una autoridad era un referente moral.

Nagai ha estado seis meses en un congelador esperando el gran día de su entierro. Seis meses de preparativos para un funeral que se anuncia con carteles pegados en las calles como si se tratara de un concierto de rock. Por fin ha llegado el día.

Enero es la época del harmatán en Ghana. El viento sopla con más fuerza y trae consigo la arena del Sahara. El sol radiante y las nubes de cuento infantil desaparecen y una neblina espesa y amarilla desenfoca todos los objetos. Alguien afila un cuchillo para sacrificar cuatro gallinas y dos ratas de campo del tamaño de un gato para un ritual personal en honor al jefe. Sí, antes sacrificaban humanos, pero de eso hace ya mucho tiempo.

El funeral de Nagai es una fiesta al ritmo de una música que podría reventar el tímpano de alguien a un kilómetro. Después de 72 horas de celebración ininterrumpida, sólo los valientes resisten los 40º centígrados a la sombra. Sobre sus hombros parece flotar un avión de madera de Air Canada. Dentro viaja el cuerpo de Nene Nagai Kasse hacia, según confían sus 11 hijos, una mejor y más apacible vida en América del Norte.

Fotografía: Fiorella Battistini


Escrito por

Verónica Ramírez Muro

Periodista. Vive en Madrid. La mayor parte del tiempo piensa en comer. El resto, en encontrar historias como las que leerá en esta página.


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