Nadav Bigelman, de 24 años, está sentado en la parte delantera de un bus con un micrófono en la mano. Todavía no se acostumbra a hablar en público y traga saliva con la misma dificultad con la que se podría digerir una piedra. El bus ha partido de Jerusalén con 40 pasajeros: viajeros (en su mayoría universitarios), activistas, curiosos y deseosos de conocer lo que jamás les ofrecería Lonely Planet: un tour por los territorios ocupados palestinos de la mano de un ex soldado israelí que realizó el servicio militar precisamente en esta zona.

Los ocupantes del bus miran por las ventanas los asentamientos israelíes, ilegales según la comunidad internacional, con sus casas perfectamente alineadas, antenas parabólicas, tanques de agua y altos muros de hormigón. En estos universos (sólo en Cisjordania, territorio palestino, hay 120 asentamientos judíos, alguno de más de 30,0000 habitantes) viven los colonos porque consideran que la tierra es suya por mandato divino. Aunque los colonos son inferiores en número son un grupo social poderoso capaz de movilizar a miles de activistas, de cortar carreteras, de arrancar los árboles palestinos, de atacar sus lugares de culto, de clausurar sus pozos de agua, de ejercer la violencia para forzarlos a abandonar la zona. Aquí, explica Nadav, si un colono agrede físicamente a un palestino es detenido durante 24 horas. Si un palestino agrede físicamente a un colono es retenido siete días.

Todos en el bus somos sospechosos de algo, según los oficiales que revisan detenidamente cada uno de los pasaportes en el control de policía que marca una frontera entre Jerusalén y Cisjordania. Miran con la desconfianza que genera la paranoia o el que te hayan hecho mucho daño en la vida. Revisan meticulosamente los pasaportes y bajan del bus a todos los que visitaron previamente Egipto o Jordania. ¿Para qué fueron a Egipto?, ¿por qué están aquí?, ¿qué han venido a ver si aquí sólo hay piedras?, ¿qué hay en esa bolsa?, ¿por qué es roja? Después de 30 minutos de preguntas nos dejan ir.

un oficial en el control fronterizo

Hace cuatro años, Nadav realizaba labores parecidas a las de sus compañeros: apuntar con un fusil a todo lo que tuviera vida y le pareciera sospechoso.

En Israel, el servicio militar es obligatorio y Nadav sabía el lugar adónde iría, un lugar a 40 kilómetros de su casa en Jerusalén, pero no sabía cómo era ver la vida a través de los ojos del soldado en el que iba a convertirse. Una semana de entrenamiento y ya estaba listo para irrumpir con un M16 rastrillado a las tres de la madrugada en la casa de una familia, pedirles la documentación, revisar debajo de los colchones por si guardaban armas e incautar sus retratos de familia como si fuera material de inteligencia Trabajo de rutina. Mapping: consiste en fichar a los sospechosos palestinos para saber a qué se dedican las 24 horas del día.

Ser un soldado también era preocuparse por lo elemental: cuándo volverían a comer, cuándo podrían quitarse los zapatos o a qué hora dormirían.

2

Nadav cuenta su experiencia sobre una tierra árida, de piedras rojizas, donde hacer que florezca un árbol es producto del empeño, del milagro o del famoso sistema de riego por goteo, el más productivo del mundo, inventado por los israelíes Simcha Blass y su hijo Yeshayahu a finales de los años cincuenta. Toda esta aridez está impregnado de fe, de religión. Es prácticamente imposible caminar sin encontrarse con una mención a un versículo de los 1,189 capítulos que tiene la Biblia. En Hebrón, por ejemplo, está la Tumba de los Patriarcas, lugar sagrado para los cristianos, los judíos y los musulmanes. Supuestamente, Abraham compró esta cueva para enterrar a su esposa Sara. Supuestamente, para los judíos, los restos de Abraham, Sara, Isaac, Rebeca, Jacob y Lea yacen entre estas piedras. ¿Cómo dejar una tumba al cuidado de personas que no practican la misma religión, que no le dan el mismo valor a una piedra? Pero no es sólo una piedra. También es una montaña, un olivo, un muro, un mar donde se reproducen los peces, un río donde se inventa un sacramento, el empedrado de una calle, la astilla de una cruz, un metro cuadrado de arena.

un niño palestino se dirige a su tienda de campaña

El bus aparca en Susya, un pequeño poblado habitado por palestinos, en su mayoría pastores. Viven en tiendas de campaña, algunas fueron donadas por una ONG y las otras pertenecieron en su día al ejército israelí. Hasta hace unos años el pueblo quedaba al otro lado de la carretera, pero fueron desplazados con la excusa de que allí se construiría un parque arqueológico.

dos niños palestinos del poblado de susya

Una señora ofrece miel a los visitantes mientras sus hijos corretean a su alrededor. Hoy es un día especial porque recibirán la visita del ministro de Agricultura de la Autoridad Palestina. Dijo que venía a las 10. Son las 12. Llegará. Pero aquí no hay cultivos, unas decenas de árboles de olivo a lo lejos y un pozo de agua seco, destrozado por los colonos del asentamiento vecino, el de las casas alineadas, el que tiene luz, agua, electricidad, Internet. Nadav explica por qué resisten, por qué los habitantes de Susya no son capaces de irse a ningún lado. ¿Adónde? Prefieren quedarse en su pueblo fantasma, donde el sol los acribilla, y esperar a que algo cambie.

3

El mismo sistema que lo obligó a formar parte del conflicto, a hacer guardia en los territorios ocupados, hoy le permite decir lo que piensa y defender su opinión. Él pudo hacerlo gracias a Breaking the Silence, la ONG que desde 2004 ha recopilado más de 800 testimonios de soldados que sirvieron al ejército israelí. Su fundador, Yehuda Shaul, practicante ortodoxo, tuvo que bombardear un pueblo palestino durante su servicio militar con una lanzagranadas instalado en la segunda planta de una escuela desalojada. Yehuda pensó en renunciar, pero también pensó que era mejor que personas como él, en desacuerdo con la ocupación, estuvieran dentro del ejército. Hasta que vio a un niño en Ramala, maniatado, humillado y luego asesinado por lanzar piedras a un tanque durante el toque de queda. El impacto de las piedras ni siquiera podía escucharse dentro del tanque pero, según los argumentos de sus compañeros, matar a ese niño era acabar con el riesgo de un futuro hombre-bomba. Yehuda se sintió avergonzado de llevar puesto un uniforme, tomó fotos y las envío a todos los periódicos que conocía. Así nació Breaking the silence. Quería que la gente supiera, quería defender la moralidad de la sociedad israelí.

Nadav también quiere que la gente sepa. Por eso trabaja para Breaking the Silence, realiza visitas guiadas a los lugares donde sirvió al ejército y entrevista a soldados que también quieren ofrecer su testimonio. Hace unos meses llevó a Berlín una exposición de fotos que ha viajado ya por varias ciudades de Europa y Estados Unidos. Son fotos tomadas por los propios soldados que revelan el control que ejercen sobre los árabes: una realidad que si bien contribuyeron a implementar porque no tenían elección, hoy les parece insostenible. Nadav, quien agradece la visita antes de tomar un bus hacia su vida universitaria en Haifa, siente que lo que hicieron como soldados no fue bueno. Pero los formó como personas.

nadav explicando las rutas de la visita guiada 


Fotografías de Daniel Bar-On